En 1208, el Papa envió a su legado Pierre de Castelnau para incitar a la nobleza local a reaccionar. Sin embargo, sus prédicas cayeron en saco roto. El legado del Papa declaró la excomunión del conde de Tolosa... y fue asesinado pocos días después en su camino de regreso. Este suceso convenció al Papa Inocencio III para organizar una expedición militar. Otorgó a los combatientes las mismas indulgencias que recibían los que luchaban en Tierra Santa. La expedición se convirtió en una "cruzada", denominada la Cruzada Albigense, porque la región de Albi había sido designada como especialmente afectada por la herejía.
En 1209, un impresionante ejército arrasó la región, en cuyas filas se encontraba un hábil señor de la guerra: Simón de Montfort. Castillos y ciudades fueron cayendo rápidamente, a veces sin necesidad de luchar, aterrorizados por las masacres o mal organizados. Gracias a su posición natural, otros sitios ofrecieron una mayor resistencia: Minerva, Cabaret o Termes. En realidad, no había ningún frente común por parte de los meridionales. Pero esta guerra estaba aún lejos de finalizar.
En 1213, el rey de Aragón intervino para defender a su antiguo enemigo, el conde de Tolosa. Quien, por entonces, tenía un enemigo aún más peligroso en la región: el rey de Francia. Sin embargo, su intervención acabó un desastre, puesto que el rey aragonés murió en la batalla de Muret. En 1218, le tocó a Simón de Montfort, quien murió bajo las murallas de Tolosa. El Tratado de París finalizó el conflicto en 1229, si bien aún surgieron focos de resistencia, que pervivieron hasta la década de 1240-1250.
Esta cruzada, que empezó teniendo carácter religioso, se convirtió en real en una segunda fase, que culminó en favor de la corona de Francia. Las regiones de la Occitania central perdieron su soberanía y, en virtud del Tratado de Corbeil de 1258, se establecería definitivamente la frontera sur del reino para los cuatro siglos siguientes. Algunos cruzados se asentaron definitivamente en las tierras recién conquistadas.
Las dos cruzadas
La Cruzada Albigense se divide en dos grandes fases. La primera, de 1209 a 1223, se llama la "Cruzada de los Barones". El rey de Francia era por entonces Felipe Augusto, quien rehusó encabezar esta expedición. Sin duda alguna, tenía varios motivos. Todavía estaba en guerra contra el rey de Inglaterra, Juan sin Tierra, y contra el emperador del Sacro Imperio Germánico, Otón IV. Abrir un nuevo frente no parecía prudente. Además, ¿estaba el Papa legitimado para querer confiscar los feudos de los señores, de los cuales era el soberano? En 1223, Felipe Augusto murió durante los preparativos de un concilio en París para negociar la paz en el Languedoc. El proyecto de paz fue abandonado bajo el impulso de Blanca de Castilla, esposa de Luis VIII y madre del futuro Luis IX. A continuación, se volvió a lanzar la cruzada, que ahora sería una cruzada real y guerra de conquista.
Los relatos de la cruzada
La mayoría de los conflictos antiguos o medievales han llegado a nuestro conocimiento de la mano de los vencedores. Este no es exactamente el caso de la Cruzada Albigense. Cuatro cronistas principales ofrecen aspectos diferentes.
Pierre des Vaux-de-Cernay, monje cisterciense y sobrino del obispo de Carcasona en 1212, fue un testigo directo. Es un testigo parcial y de ideología procatólica, pero su «Historia albigense», escrita en 1218, es un testimonio importante.
Guilhem de Tudela y su sucesor anónimo escribieron en occitano la preciosa «Canción de la cruzada contra los albigenses». Esta obra se divide en dos partes bien diferenciadas: la de Guillermo de Tudela, más bien favorable a los cruzados y, por lo tanto, a la Iglesia, y la de un autor desconocido, que se sitúa deliberadamente del lado del conde de Tolosa y sus aliados. La segunda parte de la «Canción de la cruzada albigense» está configurada como un poderoso texto de propaganda en beneficio del bando tolosano. La copia manuscrita completa de la «Canción de la cruzada albigense» se conserva en la Biblioteca Nacional de Francia. Este texto, redescubierto en el siglo XIX, fue bautizado por Frédéric Mistral como la « «Biblia de nuestra nacionalidad ».
En último lugar está Guillermo de Puylaurens, con su Crónica, que aporta una mirada más tardía y más justa, aunque él mismo formaba parte del clero católico.
El arte de la guerra
Las tres principales crónicas de la Cruzada nos hablan de 39 asedios. Los cruzados conquistaron ciudades y pueblos grandes y se enfrentaron a las fortalezas del interior... Todo ello requirió unos medios imponentes en hombres y material.
El uso de la artillería moderna, de mangoneles, pierriéres o catapultas requería combatientes especializados y una organización bien pensada. Por ejemplo, se hizo venir de París al archidiácono Guillermo para construir las máquinas de guerra utilizadas en el asedio de Termes en 1210...
Frente a este poderoso y experto ejército, los habitantes del Languedoc tenían sus montañas, sus murallas, sus fosos, sus pilotes y sus adarves. A veces intentaron salir fuera de las murallas, aunque siempre era arriesgado.
La guerra tuvo asimismo un carácter psicológico, en la búsqueda de impresionar al adversario. También hubo grandes masacres, como la de Béziers, donde murieron cerca de 20 000 personas en el 1209. Y no solo masacres, también hogueras, incursiones para destruir los cultivos, mutilación de prisioneros, fuego griego, etc.
La siguiente cruzada
Después de la Cruzada, surgieron nuevos núcleos de población. En algunos casos, este cambio se debió a una reorganización buscada por las nuevas autoridades, cuando consideran demasiado peligrosa la proximidad de los núcleos de población. Este es el caso de Carcasona, donde se eliminaron los suburbios en 1240 en favor de una nueva ciudad, pero también es el caso de Limoux, Termes, Cabaret y, sin duda alguna, Saissac.
Otros pueblos abandonaron los asentamientos elevados para acercarse a las tierras de cultivo y a los ríos. En el caso de las bastidas con trazado ortogonal, la economía se antepuso a las necesidades militares: la plaza del mercado se convirtió en el centro de atracción y el asentamiento ya no estaba subordinado a un castillo señorial.
Los señores también cambiaron. Algunos fueron desposeídos: los «faidits» o nobles occitanos, cuyos bienes fueron confiscados, no recuperaron todas sus posesiones después de la cruzada. Algunos cruzados los habían reemplazado y se habían asentado en sus nuevas posesiones. Este es el caso de Arques, por ejemplo, con la familia de los Voisins, que poseía el castillo, pero que recibieron una nueva residencia. Otro signo de los nuevos tiempos...